f. Introducción en el organismo de una sustancia que contiene gérmenes patógenos.
La inoculación de agentes patógenos vivos, muertos o atenuados y sus toxinas puede efectuarse de modo accidental (insectos, heridas, etc.) o voluntariamente, con fines terapéuticos o experimentales (cultivos especializados en el laboratorio). En algunas infecciones, la inoculación de sangre o de otros productos al animal de experimentación constituye un importante método de diagnóstico. En el animal inoculado se produce un estado patológico típico o lesiones significativas o un estado infeccioso, en el cual se encuentra mucho más fácilmente que en el enfermo el germen responsable de la enfermedad infecciosa. Un ejemplo característico lo ofrece la tuberculosis. El producto sospechoso (pus, esputos, derrames, etc.) se inocula en el tejido subcutáneo de la región inguinal de un cobayo. A las cuatro o cinco semanas, si el producto era tuberculoso aparece un chancro de inoculación, o bien, sin chancro, una hipertrofia de los ganglios inguinales. Sacrificado el animal, se comprueba la existencia de lesiones tuberculosas en los ganglios, así como granulaciones miliares y, a veces, también extensas lesiones caseosas (cuya forma es parecida al queso) en el bazo, hígado y pulmón. Si el animal no presenta ningún síntoma patológico de este tipo, puede esperarse dos meses más y sacrificarlo; si entonces faltan las lesiones tuberculosas, puede eliminarse el diagnóstico de tuberculosis. Otras pruebas son más rápidas. Por ejemplo, la inoculación del producto sospechoso de contener neurnococos", subcutáneamente en la región dorsal del ratón, produce a las cuarenta y ocho horas, si en efecto hay neumococos, la muerte del animal o un estado premortal.
Pasteur observa la inoculación de su vacuna contra la rabia a un paciente.