f. Desplazamiento de un órgano o parte de su posición normal, en especial de dos superficies articulares.
En la luxación traumática del húmero, este hueso se separa de la espátula.
Por su etiología, las luxaciones pueden ser: congénitas, cuando se trata de una malformación; traumáticas, provocadas por un traumatismo; patológicas, cuando intervienen alteraciones de carácter inflamatorio, neoplásico, etc., o espontáneas, producidas por movimientos articulares fisiológicos en partes afectadas previamente. Además, las luxaciones pueden ser permanentes, habituales (cuando aparecen siempre que se realiza un mismo movimiento articular), recidivantes, etc. Un ejemplo de luxación traumática es la luxación del atlas sobre el axis, causante de un torticolis permanente, que suele ser resultado de una postura violenta y prolongada de la cabeza durante una intervención quirúrgica (sobre todo en los niños), o en un parto anómalo en el niño recién nacido. En la luxación congénita de la cadera, por causas congénitas, hay una pérdida permanente de las relaciones entre las cabezas articulares de la epífisis femoral y el cotilo. La luxación recidivante del maxilar se debe a anomalías de los dos huesos articulares de la articulación temporomaxilar, y se puede producir por simples bostezos, por la masticación, etc., dando lugar a veces al síndrome llamado trismo (imposibilidad de abrir la boca por la contracción espasmódica de los músculos maseteros). Por último, la luxación del cristalino puede ser traumática o congénita, y puede tratarse de una luxación completa o de una subluxación; se reconoce por la evidente desviación del cristalino, cuyo borde aparece visible en el círculo de la pupila, o por la ectopía del órgano entero hacia adelante, o por su inmersión en el fondo del cuerpo vítreo, con las alteraciones consiguientes de la visión.